EINSTEIN,LAS IDEAS QUE CAMBIARON EL MUNDO

“¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” (A. Einstein)


Albert Einstein será sin duda recordado en la historia por haber ideado la fórmula que permitió la desintegración del átomo y la explosión de la bomba atómica. Pero, a medida que pasa el tiempo, va siendo recordado por una desintegración y por una explosión tal vez más importantes: la desintegración de los conceptos tradicionales de espacio y tiempo y la explosión de nuestro concepto de universo.

Nacido en Ulm, Alemania, el 14 de marzo de 1879, hubo poco en su niñez que presagiara las notables alturas que alcanzaría: tímido y retraído, con dificultades en el lenguaje y lento para aprender en sus primeros años escolares; apasionado de las ecuaciones, cuyo aprendizaje inicial se lo debió a su tío Jakov, que lo instruyó en una serie de disciplinas y materias, entre ellas álgebra: “Cuando el animal que estamos cazando no puede ser apresado, lo llamamos temporalmente `X´ y continuamos la cacería hasta que lo echamos en nuestro morral”. Así se explicaba su tío, lo que le permitió llegar a temprana edad a dominar las matemáticas.

Dotado de una exquisita sensibilidad que desplegó en el aprendizaje del violín, Einstein era un hombre excepcional, un genio, porque siguiendo pautas de pensamiento nuevas, superó limpiamente las bases sobre las que descansaba el edificio de la física desde los tiempos de Newton y Galileo, y operó una profunda transformación que tuvo consecuencias no solo en el ámbito científico sino en el psicológico y filosófico.

El trabajo más famoso de Einstein, la teoría de la relatividad, surgió de su aptitud para contestar profundamente preguntas simples y para continuar un razonamiento adondequiera que le condujera. Los primeros coletazos de la teoría se remontan a cuando, siendo un muchacho de 14 años, se preguntaba qué sentiría si pudiera montarse en un rayo de luz.

La genialidad de Einstein estuvo en comprender que la gravedad y la aceleración no son sino el mismo fenómeno, y no dos, como suponía la física de Newton. Pero lo más revolucionario fue relacionar la materia y la energía en la famosa ecuación E= mc2 (energía =masa por la velocidad de la luz al cuadrado). De su planteamiento se desprende que el tiempo no es constante, ni lo son el peso y la masa pues, a altas velocidades, todos estos elementos se comprimen, y solo la velocidad de la luz se mantiene igual. De manera que todo es relativo, subjetivo. “Pon tu mano en un horno caliente durante un minuto y te parecerá una hora. Siéntate junto a una chica preciosa durante una hora y te parecerá un minuto. Eso es la relatividad”.

Einstein no podía concebir a un verdadero científico sin una fe profunda: “La ciencia sin la religión es coja, la religión sin la ciencia es ciega”, decía. Pero la religión de Einstein no tenía nada que ver con las doctrinas que admiten un dios personal distribuidor de castigos y recompensas, sino que era la profunda convicción de que la naturaleza está constituida de conformidad con leyes armoniosas y matemáticas, y que por lo tanto, una ley causal rige todos los acontecimientos. Esa fe profunda en una causa que subyace detrás de todo lo fenoménico es lo que le hacía repetir incansablemente: “¿Azar? Jamás creeré que Dios juega a los dados con el mundo”.

Con el ascenso al poder de Adolf Hitler en 1933, su condición de pacifista de origen judío convirtió a Einstein en enemigo del régimen nazi. Por eso emigró a Estados Unidos, donde se nacionalizó norteamericano en 1940. Soplaban de nuevo aires de guerra, y tanto temía la expansión alemana que escribió una carta al presidente norteamericano Franklin Roosevelt advirtiendo de las posibilidades científicas de crear una bomba atómica. No participó en su construcción y tampoco imaginó que el “Proyecto Manhattan” conduciría a la dantesca destrucción de Hiroshima y Nagasaki en 1946. Cuando esto sucedió, Einstein reflexionó: “Si hubiera sabido esto, me habría dedicado a la relojería”. Después de la Segunda Guerra Mundial fue un ferviente abogado de la paz en el mundo mediante el desarme y el gobierno mundial.

En 1952 declinó una propuesta para la presidencia del Estado de Israel. Finalmente, murió el 18 de abril de 1955, negándose a ser operado de una rotura en la arteria aorta.

Así, a pesar de sus grandes proezas científicas, el tímido, comprensivo y franco adolescente, Albert Einstein, no había cambiado al final de sus días. Aborrecía la ostentación y las riquezas materiales, aduciendo: “Estoy absolutamente convencido de que ninguna riqueza en el mundo puede ayudar a que progrese la humanidad... El mundo necesita paz permanente y buena voluntad perdurable”.


Julián Palomares

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